Mi halcón caza por mí, él es mi tercer ojo. En él reside mi instinto de depredador, mi ánsia de muerte. Sus plumas han sido bañadas cientos de veces con la sangre de antiguas presas, y son ellas las testigos de aquellas flechas que surcaban el cielo para caer en el mismo lugar en el que mi mirada lo había hecho.
Mi espada remataba a aquellos que osaban suplicar la vida cuando la saeta o el animal aún no habían acabado con ellos. A los que pedían muerte los perdonaba, sabedor de que probablemente algún día pretenderían tomar su venganza.
Pero que todo esto que cuento no os confunda, no soy un hombre que busque la sangre allá donde viaja. No, lo mío son las letras. Si bien en el pasado recibí órdenes de asesinos, ataques inesperados y emboscadas fracasadas, yo siempre he contestado con mi pluma a cada uno de ellos, escribiendo oraciones a dioses en los que ni siquiera he llegado a creer.
Sí, mi halcón es testigo de mi pasado. Y aunque ahora permanezca inmóvil en mi hombro, volverá a surcar los cielos, amenazante, el día que desenfunde de nuevo mi acero, el día que apunte de nuevo al corazón de un guerrero.
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